Es un ejército que no tiene honores militares, no tiene traje de gala para desfilar públicamente, no reciben medallas cada año, no tienen un día de pascua, no son autoridad y nadie les invita a los actos oficiales; no están en las listas de protocolo de las ciudades, ni de las provincias, ni del estado. Ellos y ellas, tienen una bata blanca o un pijama verde de uniforme. Sus armas son un fonendo, unas tijeras o un bisturí, en la mayoría de las ocasiones, pero también sus manos firmes apretando otra mano temblorosa. Nunca les falta una mirada de ánimo y una sonrisa. Su disciplina viene del conocimiento de la oración a Maimónides y del juramento a Apolo, Asclepio, Higia y Panacea y su código de honor es deontológico. Sus cuarteles son los hospitales y las universidades.
Es el ejército de hombres y mujeres del sistema público de salud que están en primera línea en estos momentos y que, junto con los servicios de intendencia, las farmacias, y quienes los acompañan desde las cocinas y almacenes, dan la batalla al virus de esta pandemia. Son nuestra mejor infantería para contener al enemigo hasta que llegue la vacuna. Las bajas entre sus filas por el virus se cuentan por miles y se tienen que retirar para no causar más bajas en otros compañeros, no obstante, los que llegan cada día a las trincheras del frente resisten y doblan servicios. No saben cómo dejar la batalla para retirarse a descansar y volver con más energía. No quieren dejar al compañero solo.
No tienen segunda actividad y aun retirados y libres de servicio se han incorporado al frente. Un soldado muere siendo soldado. La vocación la descubrieron temprano, muchos siendo niños o niñas, y nunca la pierden. Los que estaban en las academias formándose han salido a la calle al primer llamamiento, con el espíritu intacto, para aplicar lo que les enseñan en cada cuerpo de ejército: salvar la vida como primer objetivo, promover la salud, prevenir la enfermedad y aliviar el sufrimiento. Esos son sus ideales.
Dejan a sus familias solas y confinadas para incorporarse al frente. Se aíslan voluntariamente de sus hijos, maridos y padres para no contagiarles y después de la batalla diaria sufren la soledad de su retiro pensando lo vivido en el campo de batalla mientras se acuerdan de sus hijos viendo una fotografía o en una videollamada. Sueñan con el sufrimiento de sus pacientes y se desesperan pensando si podían haber hecho algo más. Lo dejan todo y arriesgan su vida enfrentándose cada día a la enfermedad. Les aplaudimos cada tarde y les llamamos héroes. Los niños vitorean desde sus ventanas y balcones ¡vivan los médicos y enfermeras! ¡Viva! responden al unisonó los vecinos de la acera de enfrente y se nos pone la piel erizada y los ojos húmedos. Sufrimos con ellos cuando vemos que se enfrentan a su trabajo sin los medios adecuados para minimizar el riesgo. Sabemos que están expuestos por estar en la primera línea y en contacto directo con quienes se encuentran en las ucis y en los boxes y nunca dejaremos de reconocer que en esta pandemia son nuestro mejor ejército. Nuestras fuerzas especiales.
En casa, los abuelos y los padres que se quedan cuidando de sus hijos y les cuentan cada día que mamá o papá están trabajando para cuidar a otras personas y que son unos valientes, pero con un nudo en la garganta, sabiendo que si todo va bien pasaran meses aun sin verlos, y si va mal sufrirán el contagio y la enfermedad ellos solos, desde la distancia y con el plus añadido del aislamiento, y tendrán que pasarlo sin que podamos acercarnos a darles un beso. A devolverles solo una pizca del amor que ellos depositan en sus pacientes.
Este ejecito silencioso de sanitarios españoles está enseñándonos que además de la abnegación y entrega profesional de todos, médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, cocineros, personal de administración y directivos de cada hospital, tiene también la virtud de trasmitirnos animo a quienes estamos confinados y expectantes en nuestras casas. Graban videos mostrándonos su espíritu de lucha y diciéndonos que esto lo superamos. Trasmiten ánimo y fuerza a quienes sufren los efectos de esta enfermedad para seguir luchando y les aplauden cuando la superan. Vuestra vocación es el orgullo de todos nosotros. Ahora solo tenemos aplausos, pero como sociedad nunca olvidaremos vuestro sacrificio sabiendo que arriesgáis vuestra vida por nosotros.