No corren buenos tiempos para hablar de Constitución, ahora parece que hay dos constituciones distintas en función del interés político y partidista. Lo peor que podía sucedernos. Me resisto a ello, a ver dos constituciones. Quiero una sola Constitución y quiero ser de los ilusos que sueña con el cambio de todo aquello que no ha funcionado correctamente en estos 45 últimos años. No quiero destruir nada, pero exijo cambios en las normas dentro de la propia norma Constitucional por quienes nos representan para adaptarla a la sociedad actual.
Yo no voté la constitución del 78, aun no tenía los 21 años, y no me entere de poder hacerlo. Todos los nacidos después del año 1960 no votaron la Constitución, y, sin embargo, ha sido la generación que ha sustentado con su voto los gobiernos de la democracia desde 1979 hasta la fecha. Los votos, los de esta generación y siguientes, han servido para mantener la norma en estos 45 años y adaptarla para convivir democráticamente entre ciudadanos e instituciones. Pero, no siempre todo tiempo pasado fue mejor. Nuestros hijos no piensan de la misma forma que nosotros, ni ven la sociedad con los mismos ojos, ya no digamos los nietos. Tampoco, las generaciones más jóvenes ven en las instituciones políticas actuales la capacidad de resolver los bloqueos partidistas.
Hoy, la Constitución del 78 es un arma arrojadiza entre los tres poderes del Estado y entre los partidos políticos. No se habla del equilibrio entre poderes para mantener la Constitución, es más, lo que se busca es romper ese equilibrio. Los que debían de protegerla, e interpretarla, para seguir avanzando, de la misma forma que ha sucedido durante estos 45 últimos años, la utilizan para poner en duda el propio Estado de Derecho y la separación de poderes. Nos dieron una constitución y un sistema electoral para organizarnos y nos hemos desorganizado. Las normas se han ido adaptando a los intereses de quienes han dirigido la democracia, desde los partidos, y quienes han sustentado los gobiernos con sus votos, los ciudadanos, han terminado adaptándose a un sistema democrático que solo le considera útil cada cuatro años.
La Constitución nació con un plus de tutela democrática por venir de un sistema político autárquico que deposito en los partidos políticos toda la confianza, para que nos gobernasen, y, en el poder constitucional, toda la interpretación de la norma a modo de legislador en segunda instancia. Mal que nos pese, los partidos políticos han sido la base del sistema y mientras no se cambie lo seguirán siendo. Hay más de una generación que reivindica, entre otras cosas, un cambio en el modelo electoral porque ya ha cumplido la mayoría de edad y quiere desprenderse de la tutela partidista de la transición para participar en la política y decidir cómo tiene que ser el modelo de norma que les gobierna, más allá del voto cada cuatro años.
El artículo 6 de la Constitución dice: Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son el instrumento fundamental para la participación política.
Pues bien, no es verdad, los partidos de hoy día no son la forma de representación política más cercana al ciudadano y aún menos a la formación de la voluntad. El partido político es el sistema más alejado, de todos, para poder formar la voluntad política del ciudadano. Manifestar, el acuerdo o desacuerdo, con algo que no le gusta al ciudadano, sea ley o sea gestión, emitiendo un voto cada cuatro años, votando listas cerradas, resulta insuficiente después de 45 años de democracia. La constitución, por ejemplo, también establece la participación directa del ciudadano en el art.23 y es escasamente utilizada.
Los partidos políticos utilizan la constitución con el ánimo de conseguir o mantener exclusivamente el poder político. Algo que es licito. Lo que no es licito es confundir al ciudadano en esa lucha de poder, entre los partidos para conseguir dominar los poderes del estado, deteriorando el sistema constitucional con la falta de respeto a las normas.
La pinza, entre un partido político y un poder del Estado al resto de poderes, el bloqueo de una institución a otra, la negativa a cumplir la norma actual hasta que se pueda cambiar por una nueva, no mantiene el equilibrio constitucional perseguido en la Constitución del 78. Atacar, y querer influir, en el poder moderador, el del Jefe del Estado, tampoco es la táctica de lucha de poder más aconsejable para la convivencia política entre monárquicos y republicanos.
Mientras, que el Ejecutivo y el Legislativo se renuevan democráticamente cada cuatro años adaptándose a la corriente social y de opinión dominante, con reflejo de ello en la formación de las cámaras y de los gobiernos, el tercer poder del Estado, el Judicial, no acepta la norma de renovación que ellos mismos consagraron en sus interpretaciones. Algo también licito, pero no permitiendo el bloqueo entre partidos y al margen del único poder del que emanan el resto de poderes del Estado.
De los 48 millones de habitantes que tiene España en la actualidad solo un quince por ciento voto la Constitución. Gracias, a todos ellos y sus votos favorables que permitieron que este país tuviese la norma que ha dado paso al actual modelo de democracia. Gracias, también, a quienes viniendo del régimen franquista se colaron de rondón en los nuevos partidos políticos, pero aceptaron las normas democráticas. No obstante, es de desear, que, las generaciones que no votaron en el 78 encuentren como corregir democráticamente lo que no les gusta. Esa es también la esencia de la Constitución: su renovación y adaptación a la sociedad.